Con la introducción en la Península Ibérica del torno rápido por parte de los comerciantes fenicios, en el siglo VIII antes de Cristo, se produce un cambio tecnológico que resultó trascendental en la fabricación de la cerámica en el mundo indígena. Las cerámicas dejan de modelarse a mano o con un torno lento, lo que permite el desarrollo de una de las manifestaciones más características de la cultura ibérica.
Se trata de piezas de buena factura, que tienen formas propias o imitan prototipos griegos desde muy temprana época. Sus características principales son: la pasta bícroma, en la que las caras externas e internas son de color claro, mientras que el motivo es oscuro. La decoración se llevaba a cabo a pincel o peine utilizando óxidos férricos, que se reconocen por su color rojo. Los motivos recurrentes de la pintura ibérica son geométricos, líneas paralelas, semiesferas hechas a compás y volutas. Además, en un periodo posterior de su evolución se hicieron también figuras humanas de guerreros y danzantes, así como caballos y perros.
La vajilla cerámica producida por los pueblos íberos era multifuncional. Además de su uso en el ámbito doméstico, como vajilla de mesa o para almacenamiento de productos, no debemos olvidar que las cerámicas también fueron soportes funerarios, donde se depositaban las cenizas de los difuntos. Ciertos rasgos y manifestaciones de la cultura indígena permanecieron durante varias centurias, mucho después de que la romanización hubiera calado hondo entre los pobladores. La cerámica con decoración y pastas parecidas a la ibérica se siguió fabricando durante mucho tiempo e incluso perduró hasta el siglo IX, cuando este lugar ya estaba bajo dominio del Islam.
Aquí teneis algunos ejemplos: